En los rincones más íntimos del pensamiento masculino contemporáneo habita una emoción sutil, casi imperceptible pero persistente: la culpa. No se trata de una culpa concreta, ligada a acciones personales, sino de un eco moral heredado de la historia. Muchos hombres actuales —respetuosos, igualitarios y emocionalmente implicados— cargan con una deuda simbólica por los errores de otros hombres: de generaciones pasadas, de otras culturas o incluso de otros entornos sociales.
La pregunta no es si esa culpa es justa o injusta. La pregunta es cómo nos afecta.
Una culpa que no se nombra, pero que se siente
“Soy feminista, claro que sí. Pero a veces siento que tengo que pedir perdón por ser hombre.”
La frase, dicha por un hombre de unos 40 años durante una cena, provocó medias sonrisas y silencios incómodos. Nadie la rebatió, pero nadie la desarrolló. Quedó suspendida, como esas verdades que incomodan mirarlas de frente.
Vivimos en un mundo donde ser hombre ya no es el centro automático de la experiencia social. Eso, en términos de justicia histórica, es un avance irrenunciable. Pero, en el mismo proceso, ha surgido un fenómeno apenas explorado: una pequeña mancha de culpa que sienten los hombres modernos por los errores de sus predecesores.
No somos nuestros antepasados, pero vivimos con sus sombras
Durante décadas —quizá siglos—, el relato sobre la desigualdad de género fue minimizado. Hoy, finalmente, ese relato se escucha, se estudia y se legisla. Pero muchos hombres que crecieron en este clima de conciencia enfrentan una tensión interna:
- ¿Hasta qué punto me toca cargar con esa historia?
- ¿Puedo declararme libre de un pecado que no cometí, pero cuyos beneficios estructurales sí recibo?
- ¿Cómo vivir una masculinidad no dañina sin miedo constante a serlo?
Un estudio de la Universidad de Lund (2023) sobre masculinidades emergentes en Europa identificó un patrón común entre hombres jóvenes: evitar roles de liderazgo o autoridad en entornos mixtos por miedo a parecer impositivos. Este “liderazgo inhibido por culpa histórica” también se observa en contextos progresistas que suponen igualdad de condiciones.
Conductas cotidianas: cómo se traduce esta culpa en la vida real
- Hipercorrección del lenguaje
Muchos hombres eligen sus palabras con una prudencia casi obsesiva. Evitan cumplidos, rehúyen bromas ambiguas y prefieren callar antes que arriesgarse a ofender.
“En el trabajo ya no digo si alguien se ve bien. Me da miedo parecer un acosador, aunque no lo diga con mala intención”, confiesa Sergio, diseñador gráfico de 36 años.
Esta contención, aunque a veces necesaria, no siempre nace del respeto, sino de una culpa difusa por pertenecer a un género históricamente asociado a la ofensa. - El síndrome del ‘buen aliado’
En redes sociales o charlas, algunos hombres se declaran abiertamente feministas, pero lo hacen más como búsqueda de validación moral que como reflexión profunda.
“Siento que tengo que demostrar que soy uno de los buenos para que me acepten”, dice Andrés, periodista de 42 años.
Esto puede derivar en inseguridad crónica, donde cualquier error —un comentario mal entendido, una interrupción, una mirada— se siente como traición al ideal de “masculinidad reparada”. - La renuncia preventiva
Algunos optan por retirarse de ciertos espacios —debates de género, asociaciones mixtas o incluso relaciones románticas— para evitar conflicto o sospecha. No por desprecio, sino por saturación emocional y ansiedad moral.
Un informe de la British Psychological Society (2021) advertía de un nuevo fenómeno: “masculinidad evitativa”, definida como la retirada silenciosa de hombres que prefieren no intervenir antes que equivocarse.
Psicología de la culpa heredada: entre empatía y carga
Desde la clínica, la culpa heredada se parece a la culpa transgeneracional, descrita por autores como Marianne Hirsch. Son emociones que no nacen de actos propios, sino de narrativas familiares o sociales interiorizadas.
“La culpa no elaborada puede transformarse en ansiedad, autoanulación o rabia desplazada”, explica el psicólogo clínico Xavier Brullet.
“En hombres, esto se traduce en dificultad para asumir deseos, poner límites sanos o ejercer autoridad sin vergüenza.”
¿Y si en lugar de culpables fuéramos responsables?
Una salida lúcida a este dilema es reformular el punto de partida. No se trata de negar la historia ni de victimizarse por el cambio, sino de liberarse de la culpa improductiva, esa que paraliza en lugar de transformar.
El sociólogo francés Éric Fassin propone cambiar la idea de “culpa” por la de “responsabilidad situada”: reconocer el lugar que ocupamos en una red histórica de desigualdades, pero actuar desde el presente. No como herederos manchados, sino como actores morales conscientes.
Ser hombres hoy: una oportunidad para reinventar el vínculo
No todas las mujeres que nos rodean han sido víctimas directas del machismo, pero muchas lo han heredado… igual que nosotros heredamos la culpa. El diálogo sincero —sin defensividad ni impostura— puede ser el primer paso hacia relaciones más libres y honestas.
Aceptar que no siempre sabemos qué decir, qué hacer o cómo ser, también es un acto de honestidad. Y quizá ahí comience una masculinidad madura: la que no pide permiso para existir, pero tampoco se esconde en el orgullo herido.
Conclusión: Culpables, no. Conscientes, sí.
Somos hombres. Hemos nacido en un tiempo donde lo masculino está en revisión. No somos responsables de los errores de otros, pero sí de quiénes elegimos ser hoy.
La historia pesa, pero también inspira. Y tal vez, en lugar de caminar cabizbajos por los errores de ayer, podamos hacerlo erguidos por las posibilidades del mañana.